Los que tienen hijos adolescentes coincidirán conmigo en que al tratar con ellos a veces hasta lo más insignificante suscita una discusión, conflicto o disgusto. Es cierto que esto da una excelente oportunidad para dialogar pero también nos hace perder la paciencia, porque en ocasiones la actitud de los adolescentes es desafiante y frustrante. Es normal a esa edad la rebeldía y el desacato en muchas cuestiones, pero nosotros tenemos que saber conciliar y vencer con el poder de los argumentos (cosa en ocasiones muy difícil), por eso es nuestra obligación como padres mantener la comunicación a toda costa porque sin ella los problemas pueden empeorar y al final será mucho más difícil reparar los daños.
Cuando son niños controlamos su vida, es lo que corresponde porque de pequeños necesitan mucha protección y asistencia constante, tomamos todas las decisiones por ellos desde lo que comen hasta la ropa que se ponen. Cuando crecen todo cambia y nos cuesta trabajo entender que ya no necesitan de nuestra constante supervisión.
Los tiempos han cambiado mucho, las cosas son muy diferentes de cuando nosotros éramos adolescentes y eso influye en la manera de pensar de los padres (por modernos que seamos). Cuestionamos en nuestros hijos que se quieran ir los fines de semana con los amigos, que vayan a una discoteca y viren a una hora que no fue la pactada, la ropa que llevan, lo que comen, la manera que tienen de “decorar” sus habitaciones, con quién salen y hasta peleamos por la hora que se acuestan. Las disputas familiares además tienen por tema las tareas domésticas (con las que no cumplen), el modo de comportarse, rendimiento académico y salud e higiene.
Los adolescentes se enfadan porque consideran que los padres no los respetamos ni les dejamos espacio para hacer lo que quieren y les gusta, a nosotros nos molesta su rebeldía, no estamos de acuerdo con las decisiones que toman o sencillamente (¿por qué no decirlo?) porque sentimos que estamos perdiendo el control sobre sus vidas. Con frecuencia tememos que los enfrentamientos nos alejen y se tuerza la relación que hasta ahora teníamos con nuestros hijos, nos asusta cuando arremeten contra todo y contra todos, pero eso es parte indispensable de su crecimiento aunque cuesta reconocerlo.
Establecer una relación fuerte y verdadera con nuestros hijos adolescentes requiere esfuerzo, tiempo y prioridad. Sabemos que este es un periodo de múltiples cambios que son vividos con muchos sentimientos, a veces contradictorios. Ellos para poder crecer y convertirse en personas independientes tienen que romper normas (porque de lo contrario no le soltaríamos la mano jamás), por eso comienzan a discutir con nosotros y a poner en tela de juicio muchos de los patrones familiares.
Piensan que tienen derecho a todo, que son más fuertes y listos que los adultos, especialmente que nosotros, sus padres. Creen que son especiales, que su experiencia es única y no están sujetos a las leyes que rigen al mundo, lo peligroso de estos pensamientos es que pueden llevarlos a asumir conductas de riesgo, porque piensan que nada malo les va a pasar.
¡Otra cosa! Tampoco podemos negar las nuevas culturas ni manifestar con mucha fuerza nuestro desacuerdo, pelear contra el reggueton y otras formas culturales de expresión juvenil, es todo un reto porque va en contra de lo que a ellos les gusta y si lo hacemos en forma desmedida nos pone en muy mala posición.
A veces tengo la impresión de que discuten más para convencerse a sí mismos que para convencernos a nosotros, pero he observado que mis hijos (me imagino que todos pero no me atrevo a afirmarlo) son muy sensibles a la sinceridad en la relación y en el diálogo, por eso trato en la medida de lo posible de buscar momentos de calma para facilitar las conversaciones y evitar malas interpretaciones de ambas partes. Es importante que cuando expresan sus ideas no busquemos solamente el lado negativo para evitar una discusión sin sentido cuya consecuencia será que pierdan las ganas de hablar con nosotros y contarnos sus problemas. Manteniendo todo el tiempo la calma (algo que reconozco es muy difícil a veces) sin agresión verbal, hacerles entender nuestro punto de vista, con respeto y sin hacerlos sentirse inferiores.
Los considero (creo que todos los padres pasan por lo mismo) adultos para unas cosas y niños para otras, es así de complicado pero lo cierto es que son personas con ideas propias que necesitamos respetar. Es importante no sólo escuchar sus palabras, sino también percibir sus sentimientos. No podemos pretender que piensen como nosotros, es decir como adultos porque precisamente no lo son.
Todos fuimos adolescentes una vez, también cometimos errores y tuvimos ideas equivocadas sobre muchas cosas, por eso sabemos lo que vale un buen consejo y tener alguien que te guíe en esa etapa, y por supuesto quien mejor que nosotros: sus padres. Sus cuestiones personales se resisten a discutirlas con nosotros y prefieren pedir consejo a los amigos. Un factor clave para que esto no sea así (por lo menos en las cosas más serias e importantes) es mostrarnos disponibles, demostrarles que los comprendemos, y que pueden hablar con nosotros abiertamente sin que los juzguemos; sólo así se abrirán y se sentirán cómodos. No olvidemos que el presente es crucial y que los consejos y enseñanzas que reciben durante estos difíciles y a la vez maravillosos años, influyen en su vida futura. Algunas de las decisiones a las que se enfrentan pueden parecer insignificantes pero otras pueden afectar el resto de sus vidas.
Buscando siempre una manera más eficaz de llegar a mis hijos, trato de crear un ambiente propicio contándoles anécdotas mías de cuando tenía su edad, algunos problemas que tuve y momentos cruciales donde me vi obligada a tomar decisiones radicales (sin mentirles por supuesto), he observado que es un modo efectivo porque se animan a hablar de cuestiones similares, ganan confianza y cuentan sus preocupaciones abiertamente. Esto hace que se sientan acompañados y comprendidos, les demuestra que los entiendo porque viví los mismos conflictos o parecidos y que ahora estoy ahí para lo que necesiten porque me preocupo por ellos. Aprovecho el momento para explicarles las enseñanzas que saqué de lo que viví.
Esto no quiere decir que seremos sus confidentes de la noche a la mañana y nos harán todo tipo de revelaciones en ese mismo instante, todo depende del grado de confianza que tengamos con ellos, si logramos un nivel sólido cuando lleguen los verdaderos problemas seremos los primeros en saberlo.
Necesitamos provocar las conversaciones sin caer en interrogatorios porque eso sólo hace que se molesten. Es completamente normal que los adolescentes tengan sus propias opiniones, ideas y valores sobre la vida (nosotros también las teníamos); eso es precisamente lo que los prepara para la etapa adulta. La calidez, la comunicación positiva (sin subestimarlos), hacerles sentir y saber que creemos en ellos son aspectos claves para ganar su confianza.
Estoy segura de que no existen los padres perfectos, tenemos que tomar conciencia de qué hacemos, cómo lo hacemos y para qué lo hacemos porque a pesar de todas las diferencias la familia es para ellos lo más importante, porque a pesar de discutir y pelear, nosotros somos su punto de referencia. Tenemos que cuidar la buena salud de los conflictos porque las discusiones entre padres e hijos pueden lastimar mucho a cualquiera.
Ser padre de adolescentes es una tarea que produce stress y frecuentemente crisis, pero si los sabemos comprender y guiar completaremos la educación que comenzamos en su niñez y los haremos personas de bien. Por eso es importante que ante un conflicto nos aseguremos de que les quede claro que es algo en su comportamiento lo que nos disgusta, pero no ellos. Comprenderlos y animarlos es uno de los trabajos más difíciles que como padres debemos hacer.
Tengan la edad que tengan siempre intentaremos protegerlos y garantizar su seguridad, porque son nuestra mejor obra. ¿No creen?
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