viernes, 3 de junio de 2011

La primera vez que salieron solos y la mezclilla


El fin de semana tuve una ligera discusión con mis hijos sobre la forma de vestir, por supuesto el eje del tema era la tan controvertida mezclilla. Para ellos cuando se habla de ropa todo gira en torno al famoso jeans. No hay forma de que los varones se pongan un pantalón de vestir… para ellos es obsoleto. Pero la hembra discute a la par del varón y argumenta que ella también usa sayas, bermudas y shorts sólo de mezclilla que son mejores, está de más que les hiciera la aclaración, ¿verdad?
Recuerdo la primera vez que quisieron ir con unos amigos al teatro (era la primera vez que salían solos) y después iban a una fiesta en casa de la hermana de uno de los amigos, que vivía relativamente cerca. A su padre y a mí nos pareció bien, creíamos que ya era hora de que compartieran con otros jóvenes de su edad, así que el paso más importante que era nuestro permiso lo tuvieron de inmediato.
Claro, creíamos (ilusos nosotros) que el teatro era a las cinco de la tarde y por tanto la fiesta sería sobre las ocho de la noche aproximadamente, ellos no hablaron más del tema en el resto de la semana y esperaron justo al viernes por la tarde, que su papá estaba en la casa porque no trabajaba ese día y yo me encontraba en mi trabajo. Aprovecharon para hablar del tema con él y decirle que la función era a las 8.00 y la fiesta comenzaría sobre las 10.00 de la noche. Por lo que necesitaban que el permiso se extendiera hasta prima hora de la madrugada.
El padre entró en catalepsia pero casi lograron convencerlo, no obstante les dijo que tenía que consultarlo conmigo. Llegué exhausta, deseosa de darme un buen baño para refrescarme, y sentarme a degustar un humeante y delicioso café mientras me fumara un cigarrillo… Imagínense como me puse cuando me calló de pronto aquella bomba, de que los “niños” en su primera salida solos querían regresar a la una de la madrugada, como mínimo.
Tajantemente y sin dar espacio a discusión dije que NO y me encerré en el cuarto. Los escuché dándole argumentos al padre, hubo un eterno silencio por parte de mi marido y al final solo dijo: “Está bien, el problema es convencer a su mamá”.
“Ya viste como se puso, si depende de eso ¡estamos perdidos!” exclamaron ellos al unísono.
En el silencio de mi cuarto estuve dándole vueltas al asunto y decidí ceder, porque siempre tiene que haber una primera vez, pero por supuesto no hasta la hora que quisieran. Salí del cuarto y me senté frente a ellos, que solícitos se dispusieron a escucharme. Lo que no esperaban era que les hiciera decenas de preguntas, hasta les pregunté quiénes vivían en la casa de la muchacha, a lo que el mayor contestó: “¡Mami, cómo vamos a saber eso!”
El teléfono no paraba de sonar porque los amigos querían saber si por fin iban a ir, a tanta insistencia y las caras de ellos (parecían condenados a muerte) les dije que se arreglaran, a lo que corrieron uno al baño y el otro al teléfono. A la media hora ya estaban listos, perfumados, peinados y vestidos, cuando salieron de sus habitaciones el padre exclamó. ¡En jeans y con ese pulóver sin mangas, de eso nada, al teatro se va en pantalón de vestir y una camisa de mangas largas; y tu con un vestido!
Ahí empezó lo mejor de la noche, una gran discusión, donde cada uno daba sus argumentos. Los muchachos decían que todos sus amigos iban así, con jeans, y el padre que esa no era facha para ir a un teatro. ¿Se dan cuenta qué conflicto? y yo en el medio, decidí unirme a mis hijos en sus argumentos y le dije a mi marido que tenía que comprender que ellos ni pensaban ni se vestían como nosotros, que sus amigos se reirían si veían al varón con un pantalón de vestir y una camisa de mangas largas, porque todos los jóvenes iban a todas partes en jeans y camiseta.
Al poco rato, después de tanto altercado y cuando casi se hacía tarde su papá accedió y les dijo que estaba bien pero que el varón se tenía que poner por lo menos un pulóver con mangas y que cuando llegáramos él se iba a fijar bien cómo iban vestidos los amigos. Ya todos listos nos dispusimos a montar en el carro, porque como era tan tarde los íbamos a llevar hasta el teatro. En el camino yo no pude contenerme y empecé con la cantaleta: “En la fiesta no beban nada que contenga alcohol, no acepten tragos de nadie y si se levantan a bailar no vuelvan a beber del vaso que dejaron en la mesa, por nada del mundo se vayan a ir a otro lugar, a nadie que no conozcan le den la dirección de la casa, tengan mucho cuidado cuando salgan del teatro… en fin todas esas instrucciones que les damos a nuestros hijos, como si se fueran a la guerra en ves de una simple salida, porque nos parece que sin nosotros algo malo les va a pasar.
Al llegar al teatro, su papá se bajó del auto y les hizo todo un interrogatorio al portero del lugar y a los amigos, que ya estaban esperando. Al despedirnos de ellos les dijo que los íbamos a recoger a las 11.00 porque, por supuesto, ya había pedido la dirección de la casa de la fiesta. Ahí casi convulsionaron: “¡Pero qué es eso, además la fiesta empieza a las 10.00, nosotros vamos solos en la guagua!”
“De eso nada que les coge la madrugada, su mamá y yo haremos una visita y después vendremos a recogerlos, vaya… a las 12.30 para que no se quejen más”, contestó mi marido. Murmuraron algo bajito, se despidieron con un beso y se alejaron con el grupo.
Allí quedamos nosotros, recostados uno al otro en silencio, sólo observándolos y dándonos cuenta que ya habían dejado de ser unos niños… el tiempo ha pasado muy rápido y qué trabajo cuesta aceptar que ya no dependen tanto de nosotros y que cada día dependerán menos, es difícil… muy difícil la primera vez que los dejamos salir solos. Y con la certeza que todo recién comienza, que las preocupaciones se multiplicarán… pero así es la vida, qué le vamos a hacer, nuestros padres pasaron por lo mismo y a ellos dentro de unos años les pasará igual.

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