Hoy necesitaba, necesito un paseo por la playa, sin excusa alguna simplemente porque me hacía mucha falta (y me hace), cuando tengo esta desazón que me acompaña por estos días muy pocas cosas logran levantarme el ánimo y entre esas pocas está el mar, ese mar enorme de corazón fiero, de ritmo desigual es capaz de darme una paz indescriptible.
Cuando contemplo el mar muchas veces me pregunto: ¿Quién soy yo, la que contempla o la contemplada? Es curiosa esa pregunta, la mente es increíble. Está y no está, se angustia con las noticias, se recrea en el pasado, se inquieta por lo que le espera en el regreso y las preocupaciones futuras… cuando estoy frente al mar, mi mente sucumbe ante su poder… puedo estar perdiéndolo todo y ser feliz, puedo estar incluso muriéndome y sentirme flotar en la vida, precisamente porque el yo pequeño de la mente en esos momentos no puede dar la lata. Contemplo el mar y soy el mar.
No me separo del mar cuando regreso a casa porque el va conmigo y eso lo percibo en el silencio y la paz interior que me acompaña. Es increíble ver como algo tan gratis y tan cerca da más o igual placer que lo material… les juro que me limpia el alma y me renueva la mente, por eso amo estar junto a el.
Es un placer infinito estar en la playa... y verla desierta para mi sola, inmensa... En este vaivén que es la vida, uno aprende cada día algo nuevo, aunque no siempre sea del mejor modo, los acontecimientos se suceden y aprendemos a llevar la vida con sus penas y glorias o nos quedamos en el lamento. Cuando algo me sucede, sobre todo si es algo que me lastima necesito del mar para resolver frente a él mis más profundos conflictos.
Esas aguas azules que llaman a las gaviotas y salpican con sus brisas marineras los sueños de los corazones rotos, que evaporan las penas, que trasladan la nostalgia a los infiernos, que la locura y el dolor se conviertan en brisa… que el desespero se convierta en alegría o en soneto hechizado por la luna, que en el cielo las estrellas sigan vivas para acunar a las almas una a una…
Cuando me doy una escapada me gusta bajarme de la guagua o del auto para caminar y ya el olor a salitre me enciende la vida y camino con una sonrisa como si todo el recorrido fuera un abrazo de bienvenida y la ansiedad por llegar me hace suspirar con alegría. ¡Dios que momento! A veces antes de llegar a la casa de la playa me detengo a mirar el mar, la playa... y me invade una increíble sensación de calma, placer, inmensidad… Mis ojos disfrutar la belleza del mar sintiendo su superioridad.
El mar vivifica el alma muerta, la lima y la pule como si fuera una perla, sabe quitarnos las tristezas que si no fuera por el se nos quedarían puestas como una túnica oscura de lamentos y de pena. El mar nos llena y salimos confortados de su visión idílica. Algo tiene el mar que hechiza: su continuo movimiento, su novedad continua, la sorpresa de lo inédito. El mar refleja la inmensidad de la luna capturando su tenue luz como en tesoro, como un amor silencioso.
Me siento en la arena… mi mirada lo penetra, se sumerge y deambula en ese impresionante paisaje… y lo contemplo extasiada, enamorada, sí, es un amor verdadero, único, indescriptible e inmenso… amo el romper de sus olas y su gruñido constante cuando no está tranquilo, y sé que pase lo que pase, siempre estará ahí para acomodar mi alma y hacerme sentir completa.
Cuando estoy así con esta congoja, con este sinsabor muy pocas personas (casi ninguna) logran llegar hasta mí porque no se los permito, me es difícil hablar y casi siempre prefiero estar sola aunque sé que me hace más daño pero no lo puedo remediar. Además no me gusta hablar de cosas tristes, ni tampoco escribirlas por eso muchas veces prefiero el mar porque me hace reflexionar, compensarme, comprender… me lleva a la catarsis, al llanto y la risa, me carga de energía buena y se lleva mis pesares. Por eso cuando digo que es vital para mi, no exagero; ahora mismo, se los juro, abandonaría todo por estar frente a él. Quiero ir, necesito ir a renovarme, a sentir sus olas y oler el salitre, juntar piedras, pisar la arena... Como sea, haré lo que sea por ir...
Disculpen que estos días los problemas personales me han estado agobiando demasiado, no estaba de ánimo para nada, pero me voy levantando y sigo adelante y aunque hay cosas en las que sólo me resta esperar porque no tienen solución en ocasiones me atormentan tanto que caigo en un estado depresivo que me abruma y del que voy saliendo gracias a que sigue habiendo gente maravillosa. Seguiré escribiendo, mientras fumo, mientras miro el mar o la lluvia o en cualquier momento donde mi paz y mi locura se centren para volcarse aquí.
Les dejo besos a todos los que de alguna forma dejando sus palabras tan llenas de cariño acarician mi alma, que Dios los bendiga a todos, gracias por estar.
Eso es, anímate, sigue adelante con esa fuerza y esa pasión arrolladora que te caracterizan, la vida nos pone duras pruebas pero hay que sobreponerse. A mi me encanta el mar y tú describes a la perfección, toda esa paz que brinda. El mar es una de mis pasiones, tanto por su olor como textura, como por su inmensidad. Sin él no podría vivir, además me llena de recuerdos lindos e inolvidables, de momentos que quisiera repetir.
ResponderEliminarMe encanta ese mar quitapenas, terapéutico de sinsabores y tristezas, con esa sal y esa espuma que parece de cerveza y también embriaga a quien por allí pasea... ver cómo lo nombras y lo describes también de nosotros se apodera. Anímate y cuídate mucho linda.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
Me encanta el mar y la cerveza... también, Ja ja. La vida da muchas vueltas quizàs algún día nos tomemos una juntas sentadas al lado dle mar.
ResponderEliminarBesos