martes, 25 de septiembre de 2012

Pegados al teléfono


Históricamente la invención del teléfono se le ha atribuido al escocés-norteamericano Alexander Grahan Bell, aunque en la actualidad existen otras versiones y al parecer Bell simplemente le “robó” el invento al italiano Antonio Meucci. Pero bueno, ese no es el tema de este post.
Cuando Graham Bell pudo materializar su sueño en 1876, con una conversación transmitida de una habitación a otra por medio de un aparato, de seguro no tenía ni la más remota idea de lo que serviría a la humanidad este maravilloso instrumento que llamamos teléfono.
El teléfono es uno de los sistemas de comunicación más utilizados, ya que permite entablar conversaciones con personas ubicadas en cualquier sitio donde haya un aparato telefónico. Con las ocupaciones que tenemos y una vida tan agitada, en la actualidad un teléfono es algo de un valor incalculable porque gracias a él podemos resolver muchos problemas y hacer hasta gestiones sin necesidad de movernos de nuestro lugar de trabajo o de la casa.
Sin embargo, para los adolescentes ¡es más que una vía de comunicación! ¡Por Dios! ¿Qué padres no han perdido la paciencia al ver a su hijo adolescente monopolizando el teléfono durante horas o no han tenido que pagar enormes facturas a fin de mes? Creo que todos los padres de adolescentes nos hacemos la misma pregunta: ¿Qué tienen que decirse, si han estado juntos todo el día?
Si estamos fuera de casa y tenemos la necesidad de comunicarnos con ellos, se convierte en una “misión imposible” porque el dichoso aparato está todo el tiempo ocupado.
En casa el teléfono suena constantemente, a cualquier hora, incluso a las que se suponen más intempestivas. Los adolescentes tienen necesidad de mantener el contacto permanente con sus compañeros, confidentes y amigos. Para eso les es indispensable el teléfono sin límite de tiempo, disfrutan estar horas y horas hablando por teléfono. Evidentemente no tienen la más mínima noción del tiempo que emplean en cada llamada y cuando le reclamamos, se molestan porque les parece que sólo han hablado un minuto.
Buscando que cuelguen muchos padres hacen decenas de preguntas para interrumpir la conversación. Como por ejemplo: ¿hiciste todas las tareas?, ¿qué hiciste en la tarde?, ¿Alguien me llamó?... En fin, cualquier excusa es válida para pretender obligarlos a colgar. Yo no hablo con muchas indirectas y por eso en mi casa simplemente me acerco y enfáticamente les digo: “Llevas horas hablando por teléfono, así que cuelga de una vez”. Por supuesto se molestan pero de inmediato le dicen a su interlocutor: “Hablamos luego”, “Después te llamo”…
Sin dudas el teléfono es un medio muy íntimo de comunicación y los adolescentes se sienten cómodos a la hora de abordar temas que de otra manera no serían capaces de tocar, ni siquiera con sus amigos. Telefónicamente intercambian intimidades y chismes con tranquilidad sin preocuparse de que su interlocutor pueda ver si se pone rojo, si transpira o si tiene miedo, lo que ocurriría si la conversación es frente a frente. Muchas veces cuentan a los amigos todo lo que no les cuentan a los padres. Además es un medio que también les permite evadirse de casa y del contexto familiar.
Cuando se siente mal, al adolescente le resulta esencial comunicar una angustia que no puede mantener dentro. ¿Necesita un consejo? Teléfono. ¿Tiene ganas de charlar? Teléfono. ¿Sufre de soledad? Teléfono. Todas las razones son buenas para descolgar el auricular…
Es verdad que en la vida gracias a los demás, uno se convierte en quien es; de ahí que las amistades sean tan importantes. Y los adolescentes con los amigos hablan, se entregan, expresan sus sentimientos y crean vínculos para sentirse mejor, como una forma de descubrir que no están solos que los otros comparten las mismas inquietudes y sentimientos propios de su edad. Por eso la mayoría cuando regresan de la escuela les resulta indispensable hablar por teléfono con los compañeros que acaban de ver.
Algunos padres limitan el tiempo del día que sus adolescentes pueden tener esas interminables llamadas telefónicas. Otros usan la "llamada en espera" o “buzón de voz” en su teléfono, para que si una llamada entra para ellos, pueda tomarse o quede el mensaje grabado.
Tal vez deberíamos pensar: “¡Si están en el teléfono no están en las calles!” y ese pensamiento por un lado nos deja tranquilos. Es cosa de locos. En fin, en esta historia los padres no sabemos a ciencia cierta cómo salimos ganando. En ocasiones nuestra paciencia llega al límite porque esas largas charlas les impiden cumplir con otras obligaciones o cumplirlas a medias, además a nosotros se nos hace casi imposible recibir una llamada o hacerla por importante que sea.
Los teléfonos móviles también son un tormento para los padres que les compran un móvil a su hijo para tenerlo localizado y sin embargo no pueden hablar con él casi nunca porque se pasa el día, literalmente, colgados del móvil, hablando y enviando mensajes en una jerga que, encima, nosotros comprendemos. Es una verdadera adicción. Parece paradójico que los teléfonos se inventaran para comunicar a las personas entre sí y que en nuestro caso sirvan para todo lo contrario: para distanciarnos de nuestro hijo.
¿La solución? Armarse de paciencia. La verborragia telefónica dura varios años y llega a su apogeo entre los 13 y los 16 años de edad.
Si los expertos tienen razón, yo estoy de suerte porque voy llegando al final del problema, mi princesa que es la menor tiene 16 años. Y el varón que ya cumplió 22 hace como la mayoría de los adultos, utiliza el teléfono de forma racional.

2 comentarios:

  1. ¡Joder! que razon teneis, mi hija hasta de madrugada estaba prendida al telefono.

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  2. Tienes razón, me he reido leyendote porque es la pura verdad, yo he estado a punto de matarlos cuando tengo que pagar las cuentas del fijo y de los celulares. Y lo chistoso es que yo nunca puedo hablar con ellos por telefono y si milagrosamente lo logro no me dejan decir dos palabras y al instante dicen "estoy ocupada/o papito luego nos vemos, chao". Increíble amiga mía, a mi me despachan en medio minuto cuando soy yo quien pago una fortuna por los telefonos. Un beso.

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