Históricamente la invención del
teléfono se le ha atribuido al escocés-norteamericano Alexander Grahan Bell, aunque
en la actualidad existen otras versiones y al parecer Bell simplemente le “robó”
el invento al italiano Antonio Meucci. Pero bueno, ese no es el tema de este
post.
Cuando Graham Bell pudo materializar su
sueño en 1876, con una conversación transmitida de una habitación a otra por
medio de un aparato, de seguro no tenía ni la más remota idea de lo que
serviría a la humanidad este maravilloso instrumento que llamamos teléfono.
El teléfono es uno de los sistemas de
comunicación más utilizados, ya que permite entablar conversaciones con
personas ubicadas en cualquier sitio donde haya un aparato telefónico. Con las
ocupaciones que tenemos y una vida tan agitada, en la actualidad un teléfono es
algo de un valor incalculable porque gracias a él podemos resolver muchos
problemas y hacer hasta gestiones sin necesidad de movernos de nuestro lugar de
trabajo o de la casa.
Sin embargo, para los adolescentes ¡es más
que una vía de comunicación! ¡Por Dios! ¿Qué padres no han perdido la paciencia
al ver a su hijo adolescente monopolizando el teléfono durante horas o no han
tenido que pagar enormes facturas a fin de mes? Creo que todos los padres de
adolescentes nos hacemos la misma pregunta: ¿Qué tienen que decirse, si han
estado juntos todo el día?
Si estamos fuera de casa y tenemos la
necesidad de comunicarnos con ellos, se convierte en una “misión imposible”
porque el dichoso aparato está todo el tiempo ocupado.
En casa el teléfono suena
constantemente, a cualquier hora, incluso a las que se suponen más
intempestivas. Los adolescentes tienen necesidad de mantener el contacto
permanente con sus compañeros, confidentes y amigos. Para eso les es
indispensable el teléfono sin límite de tiempo, disfrutan estar horas y horas
hablando por teléfono. Evidentemente no tienen la más mínima noción del tiempo
que emplean en cada llamada y cuando le reclamamos, se molestan porque les
parece que sólo han hablado un minuto.
Buscando que cuelguen muchos padres
hacen decenas de preguntas para interrumpir la conversación. Como por ejemplo:
¿hiciste todas las tareas?, ¿qué hiciste en la tarde?, ¿Alguien me llamó?... En
fin, cualquier excusa es válida para pretender obligarlos a colgar. Yo no hablo
con muchas indirectas y por eso en mi casa simplemente me acerco y
enfáticamente les digo: “Llevas horas hablando por teléfono, así que cuelga de
una vez”. Por supuesto se molestan pero de inmediato le dicen a su interlocutor:
“Hablamos luego”, “Después te llamo”…
Sin dudas el teléfono es un medio muy
íntimo de comunicación y los adolescentes se sienten cómodos a la hora de
abordar temas que de otra manera no serían capaces de tocar, ni siquiera con
sus amigos. Telefónicamente intercambian intimidades y chismes con tranquilidad
sin preocuparse de que su interlocutor pueda ver si se pone rojo, si transpira
o si tiene miedo, lo que ocurriría si la conversación es frente a frente. Muchas
veces cuentan a los amigos todo lo que no les cuentan a los padres. Además es
un medio que también les permite evadirse de casa y del contexto familiar.
Cuando se siente mal, al adolescente le
resulta esencial comunicar una angustia que no puede mantener dentro. ¿Necesita
un consejo? Teléfono. ¿Tiene ganas de charlar? Teléfono. ¿Sufre de soledad?
Teléfono. Todas las razones son buenas para descolgar el auricular…
Es verdad que en la vida gracias a los
demás, uno se convierte en quien es; de ahí que las amistades sean tan
importantes. Y los adolescentes con los amigos hablan, se entregan, expresan
sus sentimientos y crean vínculos para sentirse mejor, como una forma de
descubrir que no están solos que los otros comparten las mismas inquietudes y
sentimientos propios de su edad. Por eso la mayoría cuando regresan de la
escuela les resulta indispensable hablar por teléfono con los compañeros que
acaban de ver.
Algunos padres limitan el tiempo del
día que sus adolescentes pueden tener esas interminables llamadas telefónicas.
Otros usan la "llamada en espera" o “buzón de voz” en su teléfono,
para que si una llamada entra para ellos, pueda tomarse o quede el mensaje
grabado.
Tal vez deberíamos pensar: “¡Si están
en el teléfono no están en las calles!” y ese pensamiento por un lado nos deja
tranquilos. Es cosa de locos. En fin, en esta historia los padres no sabemos a
ciencia cierta cómo salimos ganando. En ocasiones nuestra paciencia llega al
límite porque esas largas charlas les impiden cumplir con otras obligaciones o
cumplirlas a medias, además a nosotros se nos hace casi imposible recibir una
llamada o hacerla por importante que sea.
Los teléfonos móviles también son un
tormento para los padres que les compran un móvil a su hijo para tenerlo
localizado y sin embargo no pueden hablar con él casi nunca porque se pasa el
día, literalmente, colgados del móvil, hablando y enviando mensajes en una
jerga que, encima, nosotros comprendemos. Es una verdadera adicción. Parece
paradójico que los teléfonos se inventaran para comunicar a las personas entre
sí y que en nuestro caso sirvan para todo lo contrario: para distanciarnos de
nuestro hijo.
¿La solución? Armarse de paciencia. La
verborragia telefónica dura varios años y llega a su apogeo entre los 13 y los
16 años de edad.
Si los expertos tienen razón, yo estoy
de suerte porque voy llegando al final del problema, mi princesa que es la
menor tiene 16 años. Y el varón que ya cumplió 22 hace como la mayoría de los
adultos, utiliza el teléfono de forma racional.
¡Joder! que razon teneis, mi hija hasta de madrugada estaba prendida al telefono.
ResponderEliminarTienes razón, me he reido leyendote porque es la pura verdad, yo he estado a punto de matarlos cuando tengo que pagar las cuentas del fijo y de los celulares. Y lo chistoso es que yo nunca puedo hablar con ellos por telefono y si milagrosamente lo logro no me dejan decir dos palabras y al instante dicen "estoy ocupada/o papito luego nos vemos, chao". Increíble amiga mía, a mi me despachan en medio minuto cuando soy yo quien pago una fortuna por los telefonos. Un beso.
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