Todos sabemos que la
tarea de educar no es nada sencilla. En repetidas ocasiones hemos oído el
concepto “poner límites” pero llevarlo a cabo no es tan natural ni tan sencillo,
sin embargo, tampoco es imposible. Es cierto que no todos los niños son
iguales, ni se trata de estandarizarlos, se trata de ayudarlos a encontrar su
mejor potencial. Aprender a poner límites a nuestros hijos es una tarea
imprescindible en su educación.
Concederle a los hijos
todo lo que piden, darle todas las cosas echas, solucionarle todos los
problemas, dejarle que se salgan siempre con la suya... no les ayudará a ser
responsables ni aprenderán que las cosas se logran con esfuerzo. No puede haber
socialización ni verdadero sentido de la justicia si no se renuncia al
principio del propio placer y al interés egocéntrico. El deseo o el principio
del propio placer tiene sus propias leyes. Su consigna es: ¡“Quiero todo
Ya!..!“ El límite pone fin a esta fantasía de ilimitación y omnipotencia. Si el
adolescente permanece en un estado de ilimitación, de satisfacción espontánea
de sus continuas demandas, nunca llegará a la madurez humana. En ese caso, no
hay educación sin una adecuada dosis de frustración. Porque toda educación
supone la reducción del deseo y de la fantasía de omnipotencia.
Los hijos conforme se
van haciendo cada vez mayores, los adolescentes, cuestionan cada vez más las
normas y límites que sus padres les imponen. Sin embargo la disciplina es una
herramienta básica en la formación de una persona responsable y estable, así
que es muy importante tener normas y límites bien definidos y exigir que todos
los respeten.
Esto es complicado, los
padres muchas veces le dejan la tarea a la escuela y a su vez la escuela dice
que es problema de los padres. Lo cierto es que cuando los muchachos van
creciendo sin saber a ciencia cierta hasta donde pueden llegar en su
comportamiento las cosas se van complicando mucho más, porque crecen los
problemas. Tenemos que perder el miedo a limitar a nuestros hijos. El escritor y
pedagogo argentino Jaime Barylko ha dado una explicación de este
desentendimiento de los mayores: “El Siglo XX ha sido el siglo de la permisividad,
un tiempo en el cual los padres que habían experimentado exceso de autoridad,
creyeron que lo mejor que podía pasarles a sus hijos era la permisividad. Esta
permisividad estuvo también sostenida por ciertas teorías psicológicas”.
Limitar no es aniquilar,
por el contrario es dar vida, si lo hacemos adecuadamente. Los límites son
educativos porque ayudan al joven a desarrollar la aceptación de la ley y el
respeto a la autoridad legítima. Además al limitarles la realidad hacemos que
se vayan dando cuenta que no somos omnipotentes y que la realidad no es tan
manipulable como ellos pretenden desde su pensamiento mágico y egocéntrico. Cuando
les decimos “basta” o “no hay más” o “espera un poquito” o “hasta aquí”, de
algún modo estamos funcionando como un
representante de lo real para ese hijo; le estamos adelantando situaciones que
tendrá que experimentar, lo estamos ayudando a ubicarse.
Eso es educación,
porque señores la vida muchas veces nos dice “no” y, si no sabemos aceptarlo,
vivimos resentidos. Por ello la educación tiene que llevar a la persona a
comprender y aceptar que no todo saldrá siempre según su deseo, que no siempre
logrará lo que se propone. Esto se denomina tolerancia a la frustración y es un
rasgo fundamental de la personalidad madura. Quien no lo adquiere será un
caprichoso consentido, aunque tenga 60 años.
El establecimiento de límites
es esencial a la hora de educar. Sor Juana Inés decía que el amor es como la
sal: dañan su sobra y su falta. Lo mismo podríamos decir con respecto a los
límites, ya que la clave está en no ser abusivo con los mismos pero tampoco
desestimarlos. Tanto la permisividad total como la sobreprotección pueden
generar consecuencias muy negativas en el desarrollo emocional de un niño.
Poner límites en la
educación de los hijos ayudará a que aprendan a tomar decisiones en su vida en
el momento correcto. Los adultos frente a sus propios hijos, quedan
frecuentemente sorprendidos y desorientados por las pretensiones del chiquito.
La insolencia y la
falta de respeto no son signos de independencia, señalan la presencia de un
comportamiento inmaduro. Ante esto, los padres debemos modificar esa conducta
pero para ello tenemos que asegurarnos que las normas sean verdaderamente
razonables. Como adultos con experiencia somos la voz de la reflexión. Por
tanto no podemos fabricar excusas para desestimar o justificar un mal
comportamiento, no es la mejor manera de ayudarlos a crecer. Los límites que NO
son aplicados por nosotros los padres, serán impuestos de forma mucho más dura
por la propia sociedad.
Por otro lado, es
normal que los adolescentes desafíen a los padres porque están probando hasta
donde se puede llegar, para tener mayor claridad de la estructura de esos
límites. Los padres de adolescentes deben volver a aprender a criarlos y
protegerlos, brindándoles amor y poniéndoles límites, pero sabiendo que ellos
pelearan duramente para no aceptarlos. El adolescente quiere y necesita esas
reglas, pero también las pelea. Y está bien que así sea, porque esto ayuda a
configurar su autonomía.
Para poner un límite
generalmente la gente piensa que se requiere ejercer violencia, agresividad y
por tal motivo suele esperar hasta que la situación estalle. Mientras tanto los
límites se van poniendo flojos, elásticos y parece que no existen. ¿Qué hacer?,
se preguntan muchos. ¿Pasamos de la impotencia a la prepotencia, de la excesiva
tolerancia a la intransigencia? Muchas veces los adultos venimos de un sistema
autoritario y queremos ser distintos con nuestros hijos. Y lo que termina
ocurriendo es que como mismo de niños obedecíamos a nuestros padres, ahora
obedecemos a nuestros hijos. La potencia se encuentra en la firmeza y firmeza
es mandar a nuestro hijo el mensaje inequívoco de que el límite no se mueve.
Los límites enseñan
valores, pensemos ¿Cómo nos sentimos si vamos de noche por una carretera sin
señalamientos, ni líneas pintadas en el piso? Los límites son delimitaciones de
camino por tanto son cercos protectores, a pesar de lo que molestan a los
adolescentes, dan seguridad. Por eso deben ser: claros, concretos, concisos,
cumplidos y congruentes. Para ponerlos se requieren tres pasos: se habla, se
les recuerda, hay consecuencias. No podemos olvidar que existen dos
características básicas para poner límites: firmeza y cercanía.
A veces el solo hecho
de nombrar la palabra límites molesta, pues parecería que si estamos
“limitando”, estamos cortando las posibilidades de nuestros hijos. Sin embargo,
la palabra límite no tiene que ver con limitación, sino con protección,
nosotros ponemos límites a nuestros hijos para protegerlos y para protegernos.
Desafortunadamente, muchos de nosotros no hemos aprendido y vamos olvidando que
al poner límites a tiempo protegemos a nuestros hijos de alcoholismo, drogas y
comportamientos delictivos. Nos protegemos a nosotros al enseñarles respeto, orden,
cuidado, generosidad... en forma congruente y con afecto.
Ser demasiado
condescendientes, ceder después de negarles algo, no cumplir con los castigos
que se imponen. Estos son algunos de los fallos más frecuentes que cometen los
padres al intentar impartir autoridad ante sus hijos, los cuales pueden ser tan
negativos como una actitud paterna autoritaria.
Los padres no nos
podemos cansar de ser padres; por lo tanto, no nos podemos cansar de
abrazarlos, de decirles que los amamos, de rascarles la espalda, de sentirnos
orgullosos de ellos, de sacar el máximo provecho de sus talentos, de
transformarlos en las mejores personas que puedan llegar a ser; de pulirlos y
ese pulir duele muchas veces. No puedo ser una madre agradable todo el tiempo;
tengo que ser también desagradable en algunas oportunidades.
Otra cosa importante es
no ceder después de negarnos a algo. Cuando nos disponemos a decir NO a nuestro
hijo, tenemos que pensar que una vez dicho hay que mantenerlo y no negociarlo o
deponerlo, porque ese es uno de los errores más frecuente y perjudiciales con
los adolescentes. Tenemos que cumplir lo que decimos o sentenciamos porque cada
promesa o castigo que se expresa pero no se cumple, respeta o mantiene, es una
cuota de autoridad que se pierde.
Los adultos actuales
hemos quedado presionados entre dos generaciones: la de nuestros padres que
siguen esperando el respeto y el lugar que la sociedad le otorgaba, y la de
nuestros hijos que esperan la dedicación y los derechos que la sociedad les
otorga. Ese lugar de bisagra nos toca a nosotros, sin dejar de disfrutar
nuestra propia vida, claro está. Tenemos que tratar de no gritar ni de que nos
griten y vivir lo mejor posible, todos juntos.
El educar es una tarea
que muchas veces duele en el alma y debo tener la capacidad para poder entender
que ser padre o madre es una misión, no es una tarea más a cumplir y que lo
haga de manera que mis hijos me encuentren “buena onda” todo el tiempo y yo
quede contenta con eso. Debemos recordar qué los límites hacen bien, son
educativos y contribuyen a lograr la madurez psicológica. Poner límites a nuestros
hijos no significa impedirles que se expresen, es enseñarles a hacerlo en forma
adecuada. Hacer esto requiere mucha paciencia, mucha constancia, amor y
dedicación. Y de esto se trata el ser padre y madre.
Hay que tener en cuenta también que en la última década la sociedad ha cambiado fuertemente. La tendencia a la búsqueda de soluciones "fáciles", la idealización del éxito y el dinero, y las dificultades actuales para lograrlos, hacen que el monto de frustración que experimentan los jóvenes sea enorme. Por eso los padres no podemos dejar de ponerles límites en las cosas que hacen o dicen para así evitar que no se nos vayan de las manos y caigan en situaciones que pueden ser muy perjudiciales y actitudes que no tienen nada que ver con lo que les hemos enseñado.
ResponderEliminarsoy docente y aplico mucho el metodo de poner limites en positivo,pero a la vez soy mama y en ocasiones me cuesta saber discernir y aplicarlos en casa creo que es normal q nos pase ,quisiera saber como separar el amor de madre del limite necesario p nuestros hijos sin dañar!
ResponderEliminarSi estoy de acuerdo poner limites a nuestros hijos es un punto dificil de dar y establecer pero vale la pena definitivamente, a mi como a muchos otros me ha dado buenos resultados.
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