Tenemos
que cuidar nuestras palabras, nuestra forma de expresarnos… porque lo que
podemos decir en determinado momento influirá directamente en los sentimientos
de las personas y en las relaciones humanas. Cuando emitimos un criterio no
tenemos ningún derecho a herir a nadie, ni que nuestras palabras supongan
agravio ni menoscabo para nuestro interlocutor. Merece la pena que todos
dediquemos nuestro mayor esfuerzo a la tarea (dura y ardua como pocas) de
convertirnos en personas un poco más asertivas y empáticas. En la vida todos,
alguna que otra vez, nos hemos levantado en la mañana pensando: “ayer volví a
pasarme, discutí como un loco y perdí el control. Y lo peor de todo es que lo
que estaba discutiendo era mucho menos importante que el cariño de quien me
enfrenté”.
Las
palabras encierran mucho más de lo que imaginamos. No es sólo comunicación. Las
palabras bien avenidas crean belleza, sueños, ilusiones, pasiones… con doble
sentido a veces alimentan la imaginación pero también esconden mucho veneno, dañan,
lastiman… a veces lo mejor es alejarse del emisor. Eso, al menos desconcertará
al imbécil que pretende dársela de inteligente. De lo contrario, si lo
enfrentamos, daremos inicio a un conflicto aunque no somos los responsables. Si
nos paramos a pensar y “rebobinamos” un poco algún conflicto comprobaremos que,
con frecuencia, el principal motivo del enfrentamiento no es tanto lo que
decimos sino el cómo lo hacemos.
Existen
personas que parecen especialistas en generar conflictos, y esto les afianza su
autoestima porque se sienten seguros reafirmándose en sus argumentos, ideas,
comportamientos, su actitud ante la vida y ante los demás. También están los
que se ven inmersos en el conflicto, y asumen su parte de responsabilidad sintiéndose
culpables por no haberlo sabido evitar o por no ser capaces de resolverlo. El
otro día fui testigo de como una amiga sufría por un conflicto que no tuvo
sentido y pudo ser evitado, yo entendí su dolor y lo hice mío.
Creo
que ante cualquier diferencia de criterio o forma de ver la vida desde puntos
diferentes, debemos ante todo intentar el diálogo desde el amor y la comprensión,
colocarnos en el lugar de quien tenemos enfrente y establecer una conversación
rica y productiva que nos aúne en lugar de separarnos.
Es
cierto que este debate o diálogo es imposible cuando nuestro interlocutor no
escucha razones y solo desea que prevalezca su criterio, se ofusca en mantener
su visión y sus argumentos por encima de los demás, incluso –a veces- por
encima de aquello que consideramos sentido común, incluso cordura y, desde
luego, con una ausencia absoluta de respeto hacia el otro. Esto marca más
distancia y genera un dolor inmenso porque hieren en lo más hondo en el intento
desesperado por mantenerse firme en su posición a costa, incluso, de culparnos,
catalogarnos, etiquetarnos de mil maneras diferentes, incluso con agresividad y
de manera cruel.
Hay
una frase de la sabiduría popular, quizás un poco redundante, pero que encierra
una grandísima verdad: “Nadie tiene el permiso de hacerme sentir mal sin mi
permiso”. Veo diariamente personas que se molestan unas con otras por las cosas
que se dicen o hacen; por una mirada, por una actitud hiriente o por palabras
ofensivas. La veracidad de la frase radica en que es cierto que nadie puede
obligarte a sentir algo que simplemente no es beneficioso para tu espíritu;
vivir en paz no es fácil en un mundo lleno de personas tan diferentes, con
tantas diversidades de criterios en ocasiones malintencionados otras no, pero no
nos pueden obligar a ser como otros quieren que seamos.
Nuestros
diálogos discurren impregnados de emociones y sensaciones, porque la
comunicación se da entre seres vivos que aman y odian, disfrutan y sufren, ríen
y lloran, atraviesan buenas y malas épocas. No se trata de un entendimiento
entre máquinas, sino de conversaciones entre entidades vulnerables, distintas y
cambiantes. Especialmente, cuando la charla aborda temas “sensibles”. En estas
discusiones que nos “tocan el alma” resulta difícil controlar las emociones. Y
directamente imposible, actuar de modo empático y asertivo. Pero algo hemos de
hacer para evitar que los sentimientos y el impulso del momento nos venzan y
surjan las palabras hirientes, arrollándolo todo a su paso. Porque Hay palabras
que están de más y hay momentos que sobran.
Las
personas que no participan de nuestra opinión o forma de ver las cosas, nos
llegan a ver como un ente a quien tienen que vencer para evitar que los
derrote. Con este esquema, terminan adoptando una actitud de guerra en la que
asimismo les quedan sólo dos alternativas: mantenerse a la defensiva o pasar al
ataque. Estas dualidades tan simplistas reducen el terreno, remarcan las
diferencias y alejan los puntos en común. Además, arruinan los matices y los
obligan a depender de lo que haga o diga la otra persona. Las respuestas,
normalmente, acaban tiñéndose de agresividad. A veces las palabras son duras
lastiman sin límites ni barreras.
Muchas
peleas se deben a malentendidos comunicativos. Decir estupideces sin saber las
consecuencias crea enfrentamientos evitables, pero la soberbia de algunos está
por encima de su propia inteligencia. Lo malo de todo esto es que la falsa
ilusión de creerse con la verdad absoluta en sus manos aleja a esas personas de
la felicidad, terminan lastimando y lastimándose ellos mismos, por falta de
comprensión y flexibilidad. Y una persona así, se aleja de poder comprender la
sencillez que fluye en otras personas. La vida siempre termina poniéndolas en
su sitio pero a veces de manera dolorosa.
La
sensación de impotencia y el dolor ante la agresividad, la falta de respeto, el
ataque o el insulto del otro se entremezclan muchas veces, y es lo que nos
queda al quedarnos a solas. Pero es ahí donde tenemos que sacar nuestra caja de
herramientas y utilizar ese armamento que guardamos y que actúa de bálsamo para
el alma. Y, por encima de todo, tenemos que perdonar y perdonarnos cuando, en
el fragor de la batalla, herimos o nos hieren profundamente.
Hay
un proverbio árabe que dice: “Si lo que vas a decir no es más bello que el
silencio: no lo digas”. A fin de cuentas, aunque nos vestimos con uniformes de
ejércitos diferentes y asumimos el papel de soldados defensores de nuestras
propias causas, es importante recordar que, en el fondo, todos estamos en el
mismo bando, unos más adelante y otros en la retaguardia. Desde esta certeza
como punto de partida, siempre tendremos ganada, no la batalla, sino la guerra
entera.
En
determinadas circunstancias, las palabras sólo consiguen incomunicar. Y las
recordamos como se recuerda el sabor del vino aún después que su olor se ha
desvanecido y que su copa ha desaparecido. ¿Por qué no entender, de una vez,
que la boca jamás logrará ser tan rápida como el alma? Y que no todo lo que se
cruza por la mente puede convertirse en palabras, ni lo merece...
Pero como bien dices no todos los dobles sentidos son negativos, a veces son muy sugerentes, ¿no?
ResponderEliminarBesotes! Cuídate
uyyyy... fuerte... como que esta inspirado en muchas personas esto... en fin. Simples y acertados pensamientos. Cuidate preciosa, Feliz año nuevo
ResponderEliminares muy cierto sin embargo, muchas personas hieren con las palabras y no se detienen aunque saben el daño que están haciendo, otras lo hacen inconcientemente y a veces diciendo cosas que ni sienten.
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