Hoy
me apetece hablar del mar. Esa infinita tierra de agua que invade el único
lugar en el que la propia tierra queda atrás. No concibo la vida sin él. Asocio
el mar con buen sol al estado de felicidad suprema en una persona. A un éxtasis
en el que uno entra. Un desborde de las sensaciones dormidas que las personas
tienen en la tierra y que sólo en el mar se despiertan.
Desde
pequeña me ha encantado, me ha fascinado. ¿Será por su grandeza, por sus
conchas, por sus animales? Nunca lo sabré. Y lo curioso es que nadie de mi
familia tiene algo que ver con el mar para que me encante. Amo el Mar porque él
se convierte en mis ojos, en mi boca, en mis pies... porque él llega donde mi
cuerpo físico no puede…
Encierra
una belleza metafísica que me produce emociones diversas y positivas que me
transforman. Esa sensación agradable que produce estar cerca del mar en la
arena y hablando con él porque el mar nos habla, nos dice muchas cosas hermosas
desde ese silencio placentero de la arena de la playa, un silencio que dice
miles de cosas. Es un silencio que habla, que nos dice cosas que queremos oír y
nos produce una gratificación considerable y sublime.
El
mar me ha regalado las estampas más bellas que recuerde. El mar es una canción,
una sensación y un millón de colores, es una historia de la que salen miles de
historias. Como todo en esta vida, una paradoja. Una vez leí: “Si quieres tener
el mar, contémplalo, abre tus manos en sus aguas y todo el mar estará en ellas;
porque si cierras tus manos para retenerlo, se quedarán vacías…”. Cuánta razón
tenía quien lo dijo.
Mi
pasión por el mar llega hasta el punto de ir a pasear por la playa incluso en
invierno para ver los atardeceres, oír el ruido de las olas y oler el salitre,
sensación indescriptible para relajarme y evadirme de los problemas. Me
tranquiliza ver las olas avanzar dócilmente para bañar mis pies o romper con
fuerza contra las rocas salpicando de espuma a quienes contemplan el
espectáculo maravillados desde arriba. Me gusta sentir el frío del agua salada
en mi piel en invierno, sentir como mis pulmones se quedan de pronto sin aire,
sumergir la cabeza y volver a respirar, recordándome que sigo viva.
Soy
inmensamente feliz cuando el mar me salpica con sus espumas inundadas de
misterios de otros tiempos y distancias… y entonces me sobran las palabras y me
hago de espuma y de salitre... Me mece y me agrede con todo el enigma de sus
aguas distintas y distantes y sin embargo tan cercanas.
Huelo
el mar, noto el sol en mi cara, sumerjo mi cuerpo en el agua transparente... me
dejo llevar. Por las sensaciones y por la calidez del día. A mi me da la vida.
Cuando estoy tonta, como hoy, me voy al mar. Me despojo de mi ropa, y siento el
calor y la humedad en mi piel. Mis poros se abren, mi mente se deja acariciar
por la brisa marina. ¡Vamos, tu puedes!
parece resonar en mi cabeza. La vida vale la pena y si la vivo al lado del
mar... mucho mejor.
No
hay más que acercarse al mar y sentarse junto a él, ver una puesta de sol
sentado en sus orillas. Observar la vida que vive dentro de el y que se nos
transmite por todos los sentidos. Oímos el rumor de las olas y nos contagia
como algo positivo que no nos deja indiferentes, sino que nos transporta a un
mundo maravilloso que es el universo de las sensaciones marítimas.
Me
quedo extasiada ante la inmensidad y la fuerza indómita que posee. Tiene magia
en su mirada, misterio en su sonrisa y un gran tesoro escondido en su cuerpo...
cuando lo contemplo a veces por un momento me hace olvidar hasta al mismo
universo.
Y
cuando me marcho de sus orillas me voy pero no lo dejo porque es imposible
dejar el corazón y llevarse tan solo el cuerpo... me llevo sus olas y la furia de
sus vientos contrapuestos, su magia y sus misterios, sus promesas y todos sus
silencios, sus colores y el ronroneo incesante de sus aguas cuando besan las
arenas soñadoras de las playas.
¿Atraída
por el mar? ¿Solo me gusta o es obsesión? No sé, es curioso, pero mis
vacaciones ideales tienen que tener mar. Me atrae su inmensidad, me gusta
sentarme a pensar en ese silencio que no es silencio, porque siempre va
acompañado con ese murmullo que me envuelve y me transporta. Los atardeceres…
me encantan en esa playa que yo digo "mía" y que visito tan poco últimamente,
pero que sé que me espera.
Creo
que el mar tiene poder, magnetismo. Siempre sonríe a lo lejos. Dientes de
espuma, labios de cielo…
Que bonito sentimiento el que nos compartes. Me encanta el mar, lástima que lo tengo lejos, pero cuando puedo me gusta hacerme una escapadita, como tu creo que el mar tiene poder, magnetismo, así que no es ninguna tontería que te identifiques con él. Besitos preciosa!!
ResponderEliminardespues de leerte has conseguido romper mi silencio, silencio qe vaga de aquí allá quizás con ese deseo de llenar mi alma de calma,no me preguntes ni como llegé vengo de aquí y de allá, pero al llegar hasta aquí me has llevado hasta mi ayer... me has recordado a una mujer que amaba y ama el mar… me encanta como escribes que lo haces con mucha naturalidad, que me has puesto una sonrisa mientras te leia,que el mar siempre me ha surgerido tanto en verano como en invierno.
ResponderEliminarAdoro el mar, puedo estar horas viendo como van y vienen las olas, es tan bello como lo que escribes. Y me parece que necesitas una visita a esa playa que llamas "tuya", hazlo pronto.
ResponderEliminarConcuerdo con todo lo que haz dicho, a mi tambien el mar me llama y no puedo alejarme mucho tiempo de él, pero el Pacífico es frío hasta doler los huesos...
ResponderEliminarQue linda entrada, es tan lindo el mar, a mi me encanta, una cosa maravillosa!
ResponderEliminarmi gran ilusion seria sumergirme por un dia en las entrañas de uno de los fenomenos tan alucinantes de la naturaleza como es el mar
ResponderEliminarSi tu pudieras abrazarme tan fuerte como lo hacen las olas del mar al chocar contra mi cuerpo, sentirme como yo siento tus palabras, perderte conmigo entre las nubes y volar conmigo muy alto. Y quedarte a mi lado, infinito, sin espacio, cálido y amado, sonriente y amada. Un texto precioso, como tú. Un beso salado.
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