El
frío abrazaba la mañana, me tomé un café recién hecho y todavía estaba
temblando. Me asomé a la ventana, aparte del denso aroma del café, olía a
viento frío… En la calle la gente caminaba hacia su lugar de destino, marchaban
rápidas a sus quehaceres, desde temprano hay un ligero sol que apenas calienta y,
desde mi ventana veo vidas que se cruzan y no se encuentran, no se paran como
suelen hacer normalmente para contarse sus cosas, hoy solo se saludan deprisa y
siguen con la mirada al frente persiguiendo el quehacer diario para regresar al
calor del hogar, hace viento y eso baja más la temperatura. Yo también tuve que
salir a la calle, mis obligaciones me reclamaban.
Caramba
lo único que no me gusta y nunca me gustará de la época de invierno, es el frío
que invade el ambiente y congela hasta los huesos; además hay algo que me evita
calentarme, no sé que es, pero… no piensen mal no hablo de esa calentura. Estamos
hablando del frío y los estragos en el cuerpo humano, hablo de tener las
orejas, los dedos, las narices congeladas y que no exista un poder humano que
eleve la temperatura corporal a un nivel más placentero. Con este frío ni ganas
dan de salirse de la cama.
Seguí
caminando y sentí mis dedos muy fríos, no sentía la nariz, tenía que hacer algo
imperativamente, no me había percatado pero me estaban temblando las manos, Me
detengo frente a un parquecito y me siento en un banco, mi mente comienza a
volar junto con el aire frío… Basta acercar mi mano a unos centímetros de la
cara para darme cuenta de que huelo a ti, reconocería ese olor a millas y
millas de distancia. Incontrolablemente el corazón comienza a galopar a mil por
hora, doliendo cuánta más velocidad alcanza, y duele porque sin previo aviso tu
perfume se cuela por mis fosas nasales cuando más te echo de menos. Solo con
respirar recuerdo cada milésima de segundo que mis dedos han rozado tu cuello,
y pienso, solo así pueden oler a ti mis manos. Habiendo estado pegadas a tu
nuca con ese pegamento permanente, rindiéndose a esa fuerza magnética del imán
que habita en cada poro de tu piel y que empuja a los míos a estar muy pegados.
Fuerza magnética que me empuja hasta ti esté a la distancia que esté, imposible
de ignorar, como ese motor que mueve mis músculos con el único objetivo de
alcanzar tus labios.
La
mente es increíble, me estaba muriendo de frío y en lo que pensaba era en mis ganas
de que se hicieran realidad esos momentos entre sábanas pegando mis fríos pies
contra tus piernas, las cosas que se me ocurren mientras me congelo en este banco
viendo cómo por todos lados no hay más que gente caminando deprisa y un fuerte
viento que azota mi cara. Pero es que recordarte y sentirte vale la pena hasta
tal punto, que es irresistible hacer cualquier esfuerzo. Y cuánto te quiero,
cuánto más se enrojece y se enfría mi nariz.
Para
evitar morir de frío hay que ingerir muchas calorías que aporten energía pero
sobre todo calor al cuerpo humano, ya saben cafecitos, chocolaticos, algún
trago y toda clase de porquerías que eleven nuestro calor corporal y nuestros
niveles de grasa para que nos protejan de las bajas temperaturas pero nada
mejor que… vuelves a mi mente, el recuerdo es tan vívido que ahora tiemblo y no
es sólo de frío, te siento recorrer mi cuerpo, languideces mis sentidos con tu
simple mirada, con tus labios que me devoran y me provocan. Amo tu aroma de
macho en celo, tu locura y tu pasión, la sinrazón del animal que me posee.
Adoro tus labios que me llenan de miel, esas horas que se pierden en el túnel
del día y la noche mientras cabalgo entre tus caderas cadenciosas. Olvidando
hasta mi nombre en el vértigo del placer unísono de los amantes.
Decido
levantarme y seguir, pero me detengo nuevamente a mirar a dos enamorados que
abrazados se protegen del fuerte aire frío, sonrío y… alguien a mis espaldas me
rodea con sus brazos, intento librarme cuando siento su voz en mi oído: “¿Qué
estás haciendo aquí?, hay demasiado frío”, cierro los ojos creo que estoy
soñando, pero su voz es real, sus brazos, sus besos en mi cuello… sus manos
frías se meten bajo mi abrigo buscando acariciar mi piel, abrasándose con el
calor de mi cuerpo. Sin dejar de besarme dice: "¿Cómo lo haces? con el
frío que hace y estás ardiendo”. Sonrío y me vuelvo entre sus brazos, para
antes de besar su boca contestarle: “No, cómo lo haces tú, porque es por tu
culpa". Nos fundimos en un beso fuerte, apasionado, lleno de deseos
mientras nuestros brazos querían fundir nuestros cuerpos. Instantes después
sentimos que el frío seguía arreciando hasta llegar a hacernos tiritar y sonriendo
salimos abrazados en busca de un refugio y una cama para compartir en la que yo
volviera a sentir que me moría pero esta vez no de frío sino de calor.
Amiga, ante todo Feliz año nuevo, como no estaba en casa no os había leído pero ya estoy al día. Teneis razon es increible como perddemos el frío ante semejante contacto, ostias que ardemos con mucha rapidez.
ResponderEliminarSi es emocionante y el corazón se quiere salir del pecho cuando encuentras lo que más ansías sin esperarlo, cuando de pronto el destino pone ahí al alcance de tus manos a la persona que amas y a pesar de las cosas dichas no te puedes resistir, necesitas tocarla, abrazarla, besarla... aunque en ello te vaya la vida. Yo sé lo que es eso porque me ha pasado y aun temiendo un rechazo, que no ha ocurrido afortunadamente, me he acercado para envolverla en mis brazos. es cierto no hay frío que valga porque además ella cuando está junto a mi se vuelve fuego.
ResponderEliminar¿De verdad olvidas hasta tu nombre? Entonces aférrate a esa pasión y a la sinrazón del animal que te posee. No lo dejes nunca porque te hace feliz.
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