Una
amiga me comentó que está estresada, angustiada y que no hacía más que pelear.
Le pregunté si tenía problemas en casa y me respondió que no, pero me confesó
que nunca tiene tiempo para nada. Me pareció saber de qué estaba hablando pero
quise confirmarlo para no meter la pata y le pregunté que a qué se refería. Entonces
llegó la confesión esperada, con un suspiro dijo: “El día no me alcanza, el
tiempo se me va entre el trabajo y la casa, cuando llego no sólo me ocupo de
todas las cuestiones del hogar (comida, limpieza, lavado) sino que además estoy
en función de todos, de mis hijos en cuanto a sus problemas y las tareas
escolares y de atender a mi marido que llega cansado, así es día tras día.
Total muchas veces no están conformes con nada y sólo me critican cuando algo
no les conviene. No sé desde cuando no salgo a tomar un respiro porque cuando
paseamos lo hacemos todos juntos y sigo en función de todos ellos. Ya no me
siento despreocupadamente a escuchar música o a leerme un buen libro, ni siquiera
veo a mis amistades porque no tengo tiempo”.
Entonces
sabiendo el terreno que pisaba me atreví a decirle que ella necesitaba darse un
espacio para salir, disfrutar y relajarse con sus amigas porque las labores de
la casa y el trabajo en ocasiones son agobiantes. Y si seguía así al final lo
que se iba a sentir descontenta con su vida y volverse apática hasta que no
aguantara más. Se quedó mirándome muy seria y me dijo “Estás loca, si yo hago
eso que dices de salir con mis amigas tengo que dejar abandonada mi casa y mi
familia”.
Me
sonreí y le dije que no era así, que muchas mujeres lo hacemos y que simplemente
tenía que planificarse un tiempo para ella sin dejar de atender a la familia y
la casa. Que era necesario que le hiciera entender a todos que el tiempo de
ella había que respetarlo como mismo ella respetaba el espacio de todos, porque
esa era la única manera de poder vivir todos en armonía, libre de tensiones. Por
supuesto me llevó un rato convencerla de que no estaba abandonando a nadie pero
lo logré.
Normalmente
cuando las relaciones de pareja comienzan a formalizarse, se tiende a pasar del
“yo” a “nosotros”. Se dejan de hacer planes individuales para organizar
actividades en común. En definitiva, se piensa por los dos. Pero para que la
relación y la familia tengan éxito verdadero de vez en cuando hay que pasar al
“yo”. Es hacernos valer individualmente, hacernos respetar, querernos y hacer
cosas que a uno le gusta. Es importante que tanto mujeres como hombres,
busquemos espacios propios, más allá de la vorágine cotidiana, es necesario que
existan los momentos para hacer algo que nos genere placer. Hay quienes encuentran
su cable a tierra en la pintura o en las reuniones con los amigas, o
simplemente en una ida al cine. Es lamentable que estas cosas siempre se vean postergadas
por el trabajo o por la familia. Hay que poner límites en horarios y quehaceres.
No es tarea fácil, pero tampoco imposible.
Este
tema, muchas personas no lo entienden, unas por egoísmo y otras por masoquistas.
Por eso cada cual tiene que defender su espacio y eso nada tiene que ver con el
amor y la dedicación a la familia. En primer lugar si no sentimos amor por
nosotras mismas y nos dedicamos tiempo para con nosotras, no podemos llevar
adelante a la familia que es la base de la sociedad.
Con
el tiempo tanto agobio nos hace sentirnos descontentas y terminamos teniendo
ganas de huir de todo. ¿Quién de nosotras no ha sentido alguna vez en su vida
la necesidad de huir? Poner tierra de por medio entre su persona y su vida. Esta
necesidad de huida en ocasiones ocurre por mal de amores, pero también muchas
veces compartiendo la vida con la persona amada, las circunstancias y la
presión que todos ejercen sobre nosotros nos hacen caer en la desesperación de
necesitar ese alejamiento de nuestra vida para poder respirar y vivir en paz.
Sin presiones, sin que nadie nos pregunte o nos juzgue.
En
una pareja comienzan los problemas cuando se niegan ese espacio (sea quien sea
de los dos) y se producen grietas, crisis, que ponen en tela de juicio el
desarrollo de la relación y la estabilidad familiar. Este tema es parte de la
buena convivencia. Hasta el más sociable se satura con la demanda del otro; y
no por eso cualquier intento de buscar tranquilidad lejos de la gente significa
egoísmo. El problema surge cuando ese pequeño/gran anhelo de
"libertad" choca con esa también pequeña/gran exigencia emocional de
“si tú no estás conmigo no me quieres” ese uno de los paradigmas más difícil de
digerir.
En
el fondo hombres y mujeres queremos lo mismo un espacio solos, por eso cuando
vivimos en pareja tenemos que respetar los deseos del otro. La tendencia a
renunciar a las propias necesidades es demasiado potente en nosotras, y me
parece que de fondo hay un factor cultural que determina una diferencia
genérica: somos más culposas, creemos ser indispensables, omnipotentes, creemos
que en casa hacemos todo mejor, aprendimos este modelo de nuestras madres... o
sea, la necesidad existe, pero los condicionamientos son más fuertes. En primer
lugar tenemos que cambiar nuestra forma de pensar en ese sentido y lograr que
todos en casa colaboren con las tareas, además de dejar que cada cual aprenda a
resolver sus propios problemas.
El
Universo tiende al caos y la entropía, dice la segunda ley de la termodinámica.
Y con él, nuestra vida diaria, que se encuentra cada vez más anegada por
artilugios extraños, obligaciones que nunca sospechábamos que tendríamos y toda
una serie de servidumbres laborales o familiares que, al contrario de lo que podríamos
pensar, no nos hacen más felices. Luchar por disponer cada día de un tiempo
para nosotros mismos no implica querer menos a nadie, hay que comprender que
este espacio es necesario para el bienestar de la pareja y de la familia. ¡Por
Dios! Estar todo el tiempo en función de los demás y estar todo el tiempo
pegados a nuestra pareja, estar unidos y al servicio de los otros las veinticuatro
horas del día los siete días de la semana, sin dudas se convierte en una pesada
carga y no por falta de amor.
Aparte
de ser madres, esposas, hijas… somos personas. No podemos dedicarnos a la
familia por completo las 24 horas del día porque terminamos deseando “escapar”
de nuestras obligaciones. Por eso necesitamos tener tiempo para nosotras, es
mas, lo declararía obligatorio porque se gana en salud mental y al final es
bueno tanto para padres como para hijos. Querer estar un momento a tu aire,
sola o con una amiga sin nadie más, ir al cine o a tomarse una cerveza, no nos
convierte en unas brujas malas madres y esposas.
Como
muchas de nosotras yo también he sentido esa necesidad de huir cuando estoy muy
agobiada y no dejo de darle vueltas a las cosas que me preocupan. Pero huir no
significa poner tierra de por medio literalmente, sino darme mi propio tiempo, ese
espacio que me brinde la paz que necesito. La familia (pareja e hijos) por
mucho que nos quieren muchas veces, egoístamente, piensa sólo en ellos, en sus
necesidades y problemas. Y nosotros al concederle más importancia de la
necesaria terminamos cayendo en la desesperación y el estrés.
Hace
mucho tiempo que aprendí a defender mi espacio, dónde sólo me ocupo de mí, de
lo que realmente quiero y necesito. Escuchar música, ver una buena película,
leer, caminar disfrutando de todo lo que me rodea, sentarme a disfrutar de la
belleza del mar sin preocuparme de nada más, compartir con mis amistades... El
tiempo que paso junto a mis amigos constituye un remanso en medio del mundo
real. En especial con mi hermanita que es perfecta para sacarte de la rutina o
del agobio porque generalmente tiene las propuestas más inesperadas. Es de
naturaleza divertida, impulsiva y a veces algo infantil, pasar un rato con ella
revitaliza a cualquiera, al tiempo que alivia las preocupaciones. Es perfecta
para salir a caminar, a tomar tragos, dar consejos acerca de hombres o
simplemente para reír.
Para terminar, amigos míos, les ratifico que
defiendan su espacio porque ese tiempo es lo que les dará fuerzas y energías
para seguir luchando por la vida y por esa familia que nos necesita y a la que tanto amamos.