La
juventud no es una edad es un clima del corazón. Es voluntad, es imaginación,
es pasión. Los años marchitan la piel pero renunciar al ideal marchita el alma.
En
cierta ocasión alguien preguntó a Galileo Galilei: “¿Cuántos años tiene su
señoría?”, “Ocho o diez” repuso Galileo, en evidente contradicción con su barba
blanca. Y explicó: “tengo, en efecto, los años que me quedan de vida; los
vividos no los tengo, como no se tienen las monedas que se han gastado”.
Crecemos en sabiduría si valoramos el tiempo como Galileo. El astrónomo italiano
sabía que aquí estamos de paso.
Muchas
veces decimos con asombro: ¡Cómo pasa el tiempo! Pero en realidad somos
nosotros los que pasamos. La certeza de que nuestro caminar por este mundo
tiene un final es el mejor recurso para valorar más cada minuto y aprovechar lo
único que tenemos: el presente, y así disfrutar cada día como si fuera el
último porque el ayer ya se fue y el mañana no ha llegado.
Somos
realistas cuando aquí y ahora elegimos lo mejor para nosotros y los demás, sin
lastimarnos y lastimar. Pero en medio de esa realidad: ¿Qué es la juventud?
Muchos dirán que es la etapa de la vida que comienza hacia el final de la
adolescencia (20 años) y llega hasta los 40 años. Biológicamente, sí. Así es.
La juventud es el período que se encuentra entre la adolescencia y la edad
adulta pero ¿quién marca esos tiempos?
En
general en esos años las funciones vitales llegan a su plenitud y máximo desarrollo.
Es la edad de oro de la vida, donde la energía y la vitalidad son su principal
característica, pero también la de mayor exigencia en el aprendizaje para la
entrada al mundo adulto, tratando de hallar nuestra propia identidad. Se
conciben proyectos y se llevan a cabo, comienzan las obligaciones laborales y
en la mayoría de los casos se constituimos una familia propia, asumiendo el rol
de esposos y padres.
Ahora
bien, apartándonos de ese análisis, veamos qué es la juventud de espíritu y de
corazón. Desde otro punto de vista la juventud no es un período en la vida sino
un estado de ánimo; se manifiesta en determinadas reacciones de la imaginación
y en la capacidad emotiva. No se envejece solo por haber vivido tantos o más cuántos
años; se envejece al renunciar a un ideal. El paso de los años deja sus huellas
en el cuerpo, pero declararse vencido y renunciar a todo entusiasmo deja sus
huellas en el alma. El hastío, la duda, la inseguridad, el temor o la
desesperación son tantos más años que influyen en el ánimo y convierten el
espíritu en ceniza.
Joven
es quien sin importar la edad se sorprende y se maravilla, que pregunta como el
niño insaciable ¿y después...?, que desafía los acontecimientos y encuentra
alegría en el juego de la vida. Permanecer joven es tener siempre vivo en sí, a
la edad que sea, ese afán de lo maravilloso, de los hechos y pensamientos
deslumbradores, del intrépido desafío a los acontecimientos, del mismo
insaciable apetito que siente la criatura ante lo nuevo y, finalmente del alegre
vivir.
La
juventud no necesariamente debe ir de la mano con la edad. Si una persona se
siente joven y con ganas de vivir, es suficiente para que sea joven. El hombre
es tan joven como su confianza; tan viejo como su recelo; tan joven como su fe
en sí mismo; tan viejo como su temor; tan joven como su esperanza; tan viejo
como su desaliento. El hombre es joven mientras su corazón perciba los mensajes
de belleza, gallardía y valor, grandeza y fuerza que emanan de la naturaleza,
de un ser humano o del infinito.
Está
demostrado que la opinión propia cuenta mucho. Si uno empieza a pensar que le
han caído los años encima, que está entrando a la vejez; lo más probable es que
empiecen a aparecer rasgos de la misma y que sean visibles para otras personas,
por un mal semblante. Si nos sentimos jóvenes, con energía, con ganas de vivir,
de hacer, de bailar, de reír, de amar… los demás nos verán joven y radiante,
sin importar la edad que tengamos.
Todo
es cuestión de sentirse bien con uno mismo, para proyectar a los demás una
buena imagen y evitar la vejez mental. Hay que mantenerse en actividad, tanto
física como mental. Los ejercicios, las caminatas, los crucigramas y demás
actividades son muy buenas para mantener el cuerpo y la mente en un estado
hábil y retardar el proceso de pérdida de facultades. La vestimenta no debe ser
de una persona vieja, al contrario, hay que vestirse juvenil, pero sin exagerar
porque también hay que saberse ubicar.
El
ser juvenil es una cuestión muy sencilla si una persona desea ser así. Lucir
juvenil implica comunicarse con todo tipo de personas, tener contacto con la
tecnología, no escandalizarse con la juventud actual, comprender a personas de
todas las edades, ser popular entre los más jóvenes.
La
edad no debe ser un motivo para abstenernos de hacer y decir cosas, ir a
lugares y utilizar objetos, porque la libertad de acción no debe tener limitaciones
por edad, género o etnia. La vejez puede esperar, a todos nos llega. En uno u
otro momento todos somos conscientes de que estamos envejeciendo, que
inexorablemente entramos en una nueva etapa de nuestra existencia. Pero cómo
hacerse mayor y sentirse joven es ideal para saber envejecer.
Muchos
piensan que a determinada edad, toda posibilidad de disfrutar de la vida
desaparece por completo, y ya no queda más remedio que resignarse a la vejez.
Sin embargo, seguramente no hay cuestión menos relacionada con la edad que
sentirse joven. Existen adolescentes que se sienten viejos, incapaces de
maravillarse ante nada, mientras que a los 40 y 50 muchas personas experimentan
una plenitud en sus vidas que les hace sentirse más jóvenes que cuando lo eran
cronológicamente hablando. Sentirse joven es una actitud.
Aunque
parezca una cuestión fantasiosa, los jóvenes aprecian mucho a las personas que
siendo mayores que ellos tienen la capacidad de comunicarse con ellos con el
mismo lenguaje, tanto hablado, escrito e incluso corporal. Lo que los jóvenes
detestan es que los mayores pretendan exagerar en su forma de ser juvenil.
Siempre
seremos tan joven como nuestra fe, tan viejo como nuestra duda, tan joven como nuestra
confianza en nosotros mismos, tan joven como nuestra esperanza, tan viejo como nuestro
abatimiento... Permaneceremos jóvenes mientras permanezcamos receptivos a
cuanto es bello, bueno y grande. Cuando todas las fibras del corazón estén
destrozadas y estemos sumidos en las tinieblas del pesimismo, entonces es
cuando habremos envejecido.
Yo
adoro a los jóvenes, me gusta estar entre ellos pero admiro y me encanta la
gente de “juventud acumulada” (como dice mi hermanita), que ama la vida y se
siente joven sin importar la edad que tengan, que disfrutan cada momento, ríen
y aman como cuando tenían 20 años aunque ya tengan más de 40. Por eso yo ¡no
tengo edad, tengo vida!
Porque
decididamente ser joven no es tener entre 10 y 30 años. Ser joven es salir a la
calle y comerse el mundo, es correr bajo la lluvia y creer que el sol nacerá de
nuevo un millón de veces antes de morir. Y tú no me haces creerlo, me haces
serlo, sentirlo... Por eso dile al tiempo que espere, que ahora tengo que amarte.