Bienvenidos a este humilde pero sincero espacio. Aquí escribo mis pensamientos, cosas que me preocupan, algunas vivencias, historias que conozco... lo que me dicta el corazón para compartirlo con otras personas, es una manera de saber que no estamos solos en este mundo virtual y poder hacerlo más real y cercano. Me gusta escribir y me siento bien haciéndolo, ojala estás letras lleguen a ustedes como yo quisiera. Siéntanse libres de comentar lo que deseen. Gracias por estar aquí.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Lavando juntos


Habíamos discutido durante todo el camino a casa. Cuando llegamos yo estaba molesta porque no entendía cómo después de tantos días sin vernos ambos habíamos permitido que la conversación tomara ese giro y se convirtiera en una discusión de esa envergadura. Para no perder tiempo porque amenazaba con llover y ya teníamos una tormenta interna, me cambié de ropa y decidí lavar alguna ropa que estaba sucia, eso me ayudaría a liberar energía y quizás se me pasara la rabia. Me dirigí a la lavadora. Él, sin decir palabra (ya había dicho demasiado) se dirigió a la cocina.
Cuando ya tenía todo preparado metí toda la ropa que no era mucha y de pronto oí su respiración tan cerca de mí que no pude sino volverme. Ahí estaba él, a menos de veinte centímetros de distancia de mí. No nos movimos, no dijimos nada, sólo nos miramos hasta que sentí sus manos en mi cadera y sus labios en mi cuello. Me estremecí pero me volví despacio sin decir nada. Él no se alejó, continuó acariciándome y besándome. A duras penas fui capaz de dar al botón de “start” y que la ropa comenzara su lavado. Aunque teníamos que aclarar algunas cosas no tuve fuerzas para preguntarle qué hacía. De sobra lo sabía, tanto, que mientras preparaba la lavadora hasta lo había imaginado.
Poco a poco, tan lentamente que era desesperante, fue recorriendo mi cuerpo hasta ir llegando a sus rincones favoritos. Rodeó mis pechos con sus manos y las bajó por mi camiseta hasta llegar al short. Sentía sus dedos bajó mis bragas y comencé a gemir. La distancia que nos separaba había desaparecido y podía sentir su miembro erecto frotándose entre mis nalgas. Sus dedos en mi sexo y su boca en mi cuello… Sus caricias me enloquecían de placer.
A los pocos momentos ayudado por mí terminó de quitarme el short y las bragas, me inclinó suavemente contra la lavadora y aclimató su miembro al calor de mi sexo, penetrándome firmemente hasta que me sentí completamente llena. Comenzó un ritmo de empujes constantes, quizás muy parecidos al que marcaba el electrodoméstico, mientras yo, inclinada levemente sobre la lavadora, sentía en toda su plenitud ambas cadencias. Me gustaba sentir bajo mi cuerpo aquellas vibraciones que emitía la lavadora, aumentaban el placer que me proporcionaba mi amor.
A medida que me embestía, no dejaba de besarme y acariciarme, lo cierto es que se tomaba el ataque con calma. Nada nos preocupaba, el teléfono se cansó de sonar, lo que estaba puesto en la cocina ya olía a quemado… ¿Quién se acuerda de esos pequeños detalles cuando se ha ascendido al paraíso por unos instantes? Agarró mi cintura cual jinete y aceleró sus embestidas mientras yo estaba entrando en mi segundo orgasmo.
Mientras yo todavía me convulsionaba comenzó un frenético ritmo y se dejó llevar hasta que un leve gemido y su calor invadiendo mis entrañas, me anunció que había terminado. También la lavadora se había detenido hacia rato.
Me dio la vuelta entre sus brazos y me besó. Cuando nos separamos dijo “Lo que estaba cocinando se quemó, hay que a hacer otra cosa pero lo pongo de inmediato y regreso si quieres que te ayude a seguir lavando”. Nos reímos al unísono. “No señor, ocúpese de lo que se quemó y de ver qué vamos a comer. Aunque su ayuda fue un verdadero placer déjeme terminar de lavar a mi solita”.
Sonriendo se dirigió a la cocina, yo enjuagué la ropa, la puse en “secado” y fui a darme una ducha. Al salir del baño ya la centrífuga se había detenido y mi amorcito estaba preparando algo rápido para almorzar. Me detuve a mirarlo en su quehacer y lo escuché tatarear una canción. Ya estaba lloviznando, por lo que la ropa tendría que tenderla dentro de la casa, pero no importaba. Se giró de pronto y dijo risueño “Todo está listo mi señora”. Y mientras lo ayudaba a servir “Nunca me había gustado tanto lavar, creo que te ayudaré más a menudo”. Arqueando una ceja y sonriendo sólo dije “O yo a ti”. Riendo nos sentamos a la mesa.
Estaba claro que no sería la última vez que lavaríamos la ropa juntos…
Y no lo fue.

4 comentarios:

  1. waooooo... asi yo lavaria a diario.

    ResponderEliminar
  2. hasta yo guapa, sin importar la hora. rosabel amiga por eso es que ese hombre os trae de cabeza.

    ResponderEliminar
  3. Chicas, hasta yo lavaría todos los días así. Muy bien hecho por parte de él. El enojo está de más cuando entre esos dos sobra amor y deseo. Se aman con pasión, con ganas. Ella se derrite si el la toca y el muere si no lo hace, no importa lo bravos que estén, después hay tiempo para aclarar y resolver cualquier problema o mal entendido. ¿Estoy equivocado amiga?

    ResponderEliminar
  4. Y yo, además me encargaria de recolectar ropa bien sucia.
    Tienes razón Frank, entre esos dos el fuego prende a la menor chispa, pero así es como se debe amar, amigo, con fuerza con ganas, la vida es muy compleja y corta para perderse en tantas discusiones. y el amor nunca se sabe cuando se termina, la vida a veces es caprichosa y cruel.
    Y tu, preciosa, siempre dándole energías a nuestros días. Sigue siendo un placer leerte.

    ResponderEliminar