En muchas ocasiones se dice que la familia no se toca. Interesante creencia. Pues
hoy yo quiero hablar de la familia. Si preguntamos ¿qué entendemos por familia?
La mayoría de las personas responderían que son nuestros padres, hijos, hermanos,
abuelos, nietos, tíos, primos, sobrinos… toda una serie de personas que han ido
apareciendo en nuestras vidas sin que las escogiésemos. Personas unidas a
nosotros fundamentalmente por lazos sanguíneos. Y es verdad, esa es la
“familia”, pero creo que este es un aspecto más del que nos deberíamos permitir
replantear su significado.
A
veces en lugar de apoyar, de ser una red de seguridad afectiva, la familia se
convierte en una pesadilla, en la siempre frustrante y airada combinación entre
el amor y el odio, entre el rechazo y la sed de pertenencia, entre el abandono
y la necesidad afectiva. En mi caso considero mi familia a mis padres, junto a
la familia que he formado con mi esposo y mis hijos. El resto de las personas
que podrían ser familia son consideradas por mí simplemente como otros seres
humanos a los que me une únicamente la sangre. Se que suena seco y muy duro, y
que muchos pensarán que algo sumamente grave habrá pasado para que yo considere
este hecho como algo relevante en mi vida, que la familia es lo primero etc.
Pero soy totalmente sincera.
Hace
mucho tiempo que pienso de esta forma por experiencias que no voy a contar
aquí, pero en todos estos días de hospitalización de mi madre estos pensamientos
y sentimientos se han reafirmado. Cuando nuestro entorno familiar no es el
adecuado y nos impide ser felices, tenemos que buscar un camino nuevo. No
tenemos por qué resignarnos a lo que la genética, el azar o la cultura han
establecido como obligación.
Culturalmente
hemos elevado a la familia al paradigma del bienestar afectivo, incluso como un
sacrosanto mandamiento divino. ¿Quién se atreve a poner en duda su valor? Y ahí
aparece la paradoja: ¿cómo desentrañar sus impurezas o descaros cuando es el
valor absoluto de una sociedad y la base afectiva de una persona? ¿Cómo
formalizar la salida de una familia que puede estar neurotizándonos o
ahogándonos, si el vínculo de sangre es para toda la vida? No podemos ponernos
en contra de la familia, pero ¿significa eso justificarla en todo?
Según
sean las dinámicas relacionales de sus miembros, la familia podrá crecer o
destruirse. Podrá tener paz y equilibrio, guerra, resentimiento, dejadez,
alegría, dulzura. Podrá ser paraíso o infierno. Puede existir una vinculación
amorosa o puede que se limite a gestionar intereses. Entre esos extremos
andamos todos, proclamando una creencia que ya se ha convertido en universal:
la familia es la familia. En su seno ocurre de todo, aunque no por ello deba
justificarse todo.
La
familia es nuestra primera comunidad de acogida, y nadie obliga a quererla si
no ha habido amor. Luego vendrá la familia escogida. Es ahí donde se empieza a
forjar la respuesta sensible. “No es la
carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos”
(Friedrich Schiller).
A
los parientes no los escoges, a los amigos sí. Tu familia sanguínea puede ser
un infierno pero tu familia elegida nunca lo será porque cada uno de sus
miembros la ha ido diseñando a su medida. Para mí la verdadera familia es la
“familia escogida” donde puede haber algunas personas con lazos sanguíneos pero
están aquellas otras que han llegado a nuestra vida y se han ganado el derecho
a ser llamadas por ese apelativo mucho más que quienes llevan nuestra propia
sangre. Shakespeare dijo: “El espíritu
olvida todos los sufrimientos cuando la tristeza tiene compañía y amistad que
la consuele”. Es verdad.
Los
amigos constituyen la familia escogida, que diferente a los parientes que impone
la naturaleza, obran bajo una razón de amistad, de cariño, inspirado por el
trato o simplemente por la química. La base de la solidaridad es precisamente
ese sentimiento mágico, en cuanto al misterio que encierra, que mueve a uno a
la consideración y a la acción positiva. Sin la amistad, parece que volvemos al
estado primigenio de la pura supervivencia, tratándonos como fieras salvajes,
en busca de la presa o el festín, sin normas de convivencia o el grato encanto
del gesto amable, bondadoso.
Es
fácil conocer gente, lo difícil es tener reales amigos, de esos que uno puede
contar en los minutos que más los necesitas, de esos que sin decir una palabra
están ahí para ti, para sostenerte, escucharte y mimarte con simples gestos. Estoy
agradecida de la vida porque me entregó la oportunidad de conocer maravillosas
personas que me premian con su amistad. Es mágico cuando sin siquiera hablar
saben qué te pasa, qué sientes... cuando quieres estar en silencio... sólo se limitan
a estar y entienden tus procesos... Un amigo es una luz brillando en la
oscuridad.
¿Cuánto
hay de verdad en eso de que la amistad es el amor perfecto? La amistad es un
amor generoso, libre de celos; no requiere de exclusividades ni de grandes
explicaciones a la hora de malentendidos o equivocaciones. Los amigos son esas
personas que necesitas para poder llorar, las personas que te necesitan cuando
debes secar sus lágrimas y transformarlas en una sonrisa, las personas que comparten,
sin pedirte nada a cambio, su vida con tu vida.
Hemos
escuchado toda nuestra vida la tan famosa frase de “quien tiene un amigo, tiene
un tesoro”. Es cierto. Es una relación humana elegida, que uno desarrolla
porque le proporciona satisfacción, alegría, apoyo. ¿Qué define a una amistad sana
y duradera? Los valores básicos son el respeto, la confianza, el cariño, y por
encima de todo, la lealtad. Si una amistad goza de lealtad, si esa persona
juega incondicionalmente en tu equipo, hagas lo que hagas, y te defiende y
apoya contra viento y marea, hay que darse por muy afortunado. Porque esa es la
amistad más pura. La amistad es esencial para nuestra felicidad. Ciertamente es
uno de los tesoros que la vida nos regala.
Los
amigos son más familia que la familia. Es la persona a quien llamas cuando
estás metida en un gran problema y no puedes recurrir a tus padres, o la que se
toma unas copas contigo porque te rompieron el corazón, así ella esté en la
mejor etapa de su relación de pareja. Es la que odia cuando tú odias. La que
ama cuando tú amas. Pero también la que te reprende o a la que tú reprendes.
Durante
todos estos días he estado algo mohína. Y mi esposo, mis hijos y mis amigos (mi
familia escogida) han sido mi sostén. Desde los más jóvenes hasta los mayores. Son
tan diferentes entre si, y diferentes a mi... pero tenemos en común lo más
grande... que es el amor por el otro... de mi hacia ellos y de ellos hacia mi…
Le agradezco a la vida haberme recubierto y enriquecido con semejantes zafiros
y diamantes de tan distinto fulgor, de belleza tan diferente pero de tan soberbios
quilates. Ahora estoy mejor y es entre otras cosas, gracias a todos ellos.
Aprecio
y prefiero esta familia escogida por mí, más que todo lo que el mundo me pueda
ofrecer. Esa familia que la vida me dio la oportunidad de conocer y que mi
decisión me dio el poder para elegirla mía. Hoy me dirijo a ellos para
expresarles mi más profunda gratitud, gracias a ellos puedo sentir realmente el
mundo que está a mi alrededor y puedo apreciarlo de una manera tan maravillosa
que me cuesta expresarlo a través de las palabras.
Dedicado
a esos que llegaron a mi vida pisando con fuerza, saben quienes son y lo afortunada
que me siento de que estén en mi vida. Gracias, siempre.