“Los hijos son las anclas que atan a la
vida a las madres”.
Sófocles

Cuando nacen los hijos
nuestros días se vuelven muy diferentes. Los mejores momentos parecen ser
cuando los retoños por fin están durmiendo apaciblemente. Sin querer, uno
empieza a contar las semanas, los años que pasarán para que volvamos a comenzar
a recobrar algo de ese precioso "tiempo para uno" que todo ser humano
necesita para mantenerse en un estado medianamente cuerdo. Sin mis hijos mi casa estaría limpia y mi billetera llena, pero tendría mi corazón vacío.
Hoy escribo desde mi
corazón de madre madura, porque yo ya estoy en una posición desde la cual miro
hacia atrás. Tengo dos hijos, ya jóvenes, adorables y que cualquier día
emprenden su propio camino, para el cual creo que los he preparado bien. Siempre
supe que sería bendecida al tenerlos, desde antes que conociera a su papá ya
pensaba en ellos, lo único que imaginaba eran miles de rostros, y al final
nacieron los dos, hermosos y grandes. Lo que más gusto me da son las grandes
personas que son, con responsabilidad, inteligencia y un gran corazón.

Me gusta estar con
ellos, son mis compañeros favoritos. Siempre les daré sin medida todo el amor,
cariño, comprensión, apoyo, abrazos y besos que necesiten, y también los que no
necesiten. Les he proporcionado las bases para que sean personas buenas y
siempre se comporten de manera correcta por la vida, orgullosos de ellos mismos
y lleguen a la meta más alta que se propongan; yo estaré ahí para darles la
mano en el momento que sientan que les falta fuerza para seguir adelante.
La labor de ser madre
es extenuante, para decir lo menos. Sólo entienden lo que quiero decir quienes
lo son porque saben lo que se siente cuando usted está tratando de alimentar a
un bebé hambriento, consolar al otro que se acaba de caer, escuchar atentamente
lo que tu pareja esta tratando de decir, sentir que paró la lavadora, atender
lo que estás cocinando… Todo al mismo tiempo, es una locura. Y uno se pregunta
muchas veces, ¿cuánto más durará el continuo correr, las noches desveladas y el
posponer proyectos y sueños que uno alguna vez tuvo? Pero al final no importa
el sacrificio porque son la razón de nuestra existencia.
El amor a los hijos es
instintivo y sin condiciones. Es el único amor que dura para siempre y el que
se encuentra disponible y atento en todo momento. Si a mis hijos yo pudiera
traerles un mundo lleno de felicidad, quitarles las penas y las tristezas y
cargar con ellas, lo haría. No hay nada que yo no haría para darles la risa y
alejar las lágrimas de sus vidas… Cuando eran bebés, podía sentarlos en mi
regazo y consolarlos; ahora puedo recibirlos entre mis brazos y en ellos
reconfortarlos y ayudarlos a levantarse.

A mis dos preciosos
hijos, les debo la felicidad de cada día, el deseo y la fuerza para levantarme
cada mañana. Quien no ha tenido hijos no sabe lo dulce y maravilloso que es
sentir unas manos suaves y tiernas abrazándote fuerte. Ellos llenan mi vida, de
tal forma que no me importa lo malo que me pueda estar pasando, solo por ellos
dos soy capaz de seguir adelante y hasta de ponerme una máscara de alegría para
que ellos no vean ni un asomo de tristeza en mi rostro.
El amor a los hijos
nunca debe manifestarse con sobre protección, porque los convertirá en personas
débiles que necesitarán siempre vivir a la sombra de alguien más fuerte.
Proteger es brindarle sólo lo que necesitan y no más, porque es inconveniente
acostumbrarlos a los excesos. La austeridad y la sencillez hará a los hijos
menos exigentes, más capaces de afrontar las adversidades, de entender a los
demás y de relacionarse, y más humildes y sensibles.

Desde que nacieron, mi
vida ha girado en torno a mis hijos, en todo lo mío están ellos. De no ser por
ellos, mi vida sería distinta. Gracias a ellos mi vida no es rutinaria, cambia
día a día. Ni días estresantes ni días relajados, sino ambos. Pero todos mis
sacrificios por ellos bien han valido la pena. Cuando estaba muy cansada y
sentía sus pequeñas manos en mi rostro, veía sus dulces e inocentes caritas,
contemplaba sus ojos que irradian luz, escuchaba sus risas, sus voces y una
palabra “mamita” daba por bien pagado todo el esfuerzo.
Como madre que ya pasó
por esos locos años de maternidad extenuante, y de todas las cosas que hice
mientras mis hijos fueron pequeños (y créanme, traté de hacer y de lograr
muchas cosas, aparte de ser madre), lo que más puedo rescatar hoy en día es el
amor continuo que les pude entregar. Mucha de las otras cosas que intenté o
soñé hacer, se hicieron humo. Estoy acercándome a la etapa de la cosecha. Solo
Dios sabe si será abundante o no. Lo que sí sé es que ninguno de esos momentos
de entrega completa a ellos fue en vano.
Amar a un hijo
incondicionalmente no es sólo trabajar para darle ropa y alimento, es darnos el
tiempo para recordarle con palabras y acciones cuánto lo amamos y lo mucho que
creemos en él. Es hacerle conocer con pequeños detalles que siempre estamos lo
suficientemente cerca para darles una mano pero lo suficientemente lejos para
demostrarles siempre que les tenemos fe.
Hijos míos, les
agradezco que sean parte de mi vida, por ustedes lucho día a día, son el motor
de mi vida y mi existencia. Deseo que sus corazones siempre estén llenos de luz
y alegría por la vida. Gracias a Dios y a la vida por la más inmensa alegría
que tengo, que es su amor y su compañía. Ustedes son pedazos de mi alma, partes
fundamentales de mi corazón, mis amados por ustedes haré lo imposible, por
ustedes, amores de mi vida, todo sacrificio o cansancio valen la pena. Son mi
razón de vivir, de mi existir, sin ustedes, mis adorados hijos, la vida no
tendría sentido.
Ahora que ya son
adultos, de 18 y 23 años, recordamos con gusto todas las travesuras,
ocurrencias y demás cosas que hemos vivido juntos, y estoy igual o más contenta
que cuando eran niños, porque no les gusta depender de nadie, han demostrado
responsabilidad y siguen adelante con sus metas, han superado muchos
obstáculos, han cometido errores y los han superado. Gracias por permitirme ser
su mamá, aunque en su adolescencia tuvimos nuestros roces, me siento
satisfecha, orgullosa de ustedes. Sé que cuando tengan hijos, van a ser buenos
padres. Sigan por el camino que les hemos enseñado, tapizado de valores; si
consideran que estábamos equivocados en algo, corríjanlo, tendrán su
oportunidad. Mi mayor tesoro son ustedes, que Dios los bendiga siempre.

Quisiera estar segura
de haberlos enseñado a disfrutar del amor, a confiar en su fuerza, a enfrentar sus
miedos, a entusiasmarse con la vida, a pedir ayuda cuando la necesiten, a
permitir que los consuelen cuando sufran, a tomar sus propias decisiones, a
amar y a cuidar el pequeño niño que hay en ustedes, a superar la adicción de la
aprobación de los demás, a ser consciente de sus sentimientos y actuar en
consecuencia, a no perseguir el aplauso sino su satisfacción con lo hecho, a
dar porque quieren nunca porque crean que es su obligación, a no imponer su
criterio ni permitir que les impongan el de otros, a decir que sí sólo cuando
quieran y decir que no sin culpa, a vivir en el presente, a tratar y exigir ser
tratados con respeto, a planear para el futuro pero no vivir en él, a valorar su
intuición, a desarrollar relaciones sanas y de apoyo mutuo, a hacer de la
comprensión y el perdón sus prioridades, a aceptarse como son, a crecer
aprendiendo de los desencuentros y de los fracasos, a permitirse reír a
carcajadas por la calle sin ninguna razón, a no idolatrar a nadie, y a mí,
menos que a nadie.
Ustedes son mi razón para vivir cada día y también de todos mis desvelos… Son la razón de mis alegrías y también de mis miedos… Me asusta saber que no estaré toda la vida para cuidarlos y poder velar sus sueños. Me duele cuando sufren, pero se muy bien que es inevitable, la vida no siempre será fácil… Le pido a DIOS que los aleje de las malas situaciones, los cuide y los proteja siempre. Por favor… perdonen mis gritos y mis regaños. Perdonen no haberles dado todo lo que querían.
Ustedes son mi razón para vivir cada día y también de todos mis desvelos… Son la razón de mis alegrías y también de mis miedos… Me asusta saber que no estaré toda la vida para cuidarlos y poder velar sus sueños. Me duele cuando sufren, pero se muy bien que es inevitable, la vida no siempre será fácil… Le pido a DIOS que los aleje de las malas situaciones, los cuide y los proteja siempre. Por favor… perdonen mis gritos y mis regaños. Perdonen no haberles dado todo lo que querían.

Sepan, amores míos, que
cada día los abrazo con un pensamiento, una oración y todo mi amor… Si es
cierto eso que dicen de que los hijos escogen a los padres, entonces gracias
por haber deseado nacer conmigo. Por haber escogido a esta mujer imperfecta que
sólo ha sabido y sabrá amarlos por toda la eternidad.